Desde el nacimiento de la generación Millennial, y para qué decir la Generación Z, el futuro de nuestro planeta y la vida como la conocemos se ha presagiado como incierto e inhóspito. En los últimos años, desde los científicos expertos en cambio climático a los activistas que luchan por vivir en un lugar libre de contaminación para sus hijos, han advertido la necesidad de realizar cambios significativos ante la crisis medioambiental.
Frente a la negativa de los Estados y gobiernos de realizar sanciones a empresas multinacionales, como la industria de la alimentación animal y los combustibles fósiles, e implementar políticas públicas que frenen las consecuencias de la contaminación, se ha formado un imaginario sobre las irremediables consecuencias que esto implica para el mundo de las nuevas generaciones, las cuales, al parecer, no tenemos ni voz ni voto contra la lucha de este crisis ambiental que es mostrado como un fenómeno que “no tiene vuelta atrás”.
Desde el año 2018 miles de jóvenes han salido a las calles a protestar contra la falta de medidas para subsanar y prevenir las consecuencias del cambio climático. El lema “cambiemos el sistema, no el clima” se ha repetido a lo largo de los años, taladrando en el inconsciente de las nuevas generaciones que hemos pasado de la adolescencia a la adultez, y asimismo a puestos de toma de decisiones. Es así como la Convención Constitucional llega en un momento esencial de cuestionamientos generacionales sobre cuándo será el momento para tomar acciones reales sobre los derechos de la naturaleza, los animales, asegurar el acceso al agua y proteger el futuro de quienes vienen.
Es así como tanto la sociedad civil como los convencionales incidentes en temáticas medioambientales, vieron una luz de esperanza en esta nueva carta magna, posicionándose como una herramienta para establecer de una vez por todas los parámetros que aseguren una vida sustentable y sostenible para todos. Volver a imaginar a los seres humanos interconectados e interdependientes con la naturaleza como un conjunto inseparable bajo un equilibrio armónico (Artículo 8), nos despoja del individualismo y nos trae nuevamente a posicionarnos dentro de un ecosistema de especies que se necesitan mutuamente para la preservación de la vida como la imaginamos.
Por otro lado, tampoco es coincidencia que las nuevas generaciones situemos a otras especies como miembros centrales de nuestras familias y las dejamos fuera de nuestros platos de comida, asegurando que los animales sean sujetos de especial protección, que se les reconozca su sintiencia y su derecho asegurado por el Estado de vivir una vida libre de maltrato (131 inc.1). Asimismo, que toda persona pueda ser un organismo fiscalizador que vele por los derechos de la naturaleza y los derechos ambientales (Artículo 119 inc.8) nos da la seguridad que podamos velar y demandar nuestros derechos de vivir en un ambiente sano y ecológicamente equilibrado (Artículo 104), con aire limpio durante todo el ciclo de nuestra vida (Artículo 105), y poder hacerlo de forma segura y sin persecución.
A pesar de que todas estas propuestas suenan como las soluciones que hemos estado esperando desde que los llamados Millennials y GenZ andábamos en pañales por el mundo, aún queda mucho trabajo por hacer para reparar las graves consecuencias que la contaminación y la negligencia con nuestro planeta han dejado para las generaciones venideras. ¿Es esta constitución clave para marcar un precedente de cambio y asegurar la sostenibilidad de la vida como la conocemos? Sí. ¿Queda mucho por hacer respecto a los cambio de hábitos y reparación con nuestro planeta y nuestros animales? También. Lo único indudable que esta propuesta de constitución ecológica ha dejado en los últimos meses es que las nuevas generaciones sí tenemos voz y voto en el mundo que imaginamos para el futuro, y a pesar de que la incertidumbre de la sobrevivencia de nuestro planeta en los próximo milenios continúa, se abre una luz de esperanza ante el pesimismo de un futuro con el que hemos crecido todos estos años.
Valeria Acuña González
Antropóloga Social
Coordinadora de Investigación
Fundación Multitudes
y Millennial.